Visto en un capítulo de CSI Las Vegas: Los Ceseies interrogan a un joven por su supuesta implicación en un asesinato. Le hablan del muerto y de la chica del muerto. El muchacho les responde que aquella era su chica y que se habían peleado por ella porque se había ido con el muerto. Una escena típica y un guión más que típico; tanto, que no nos damos ni cuenta de la aberración que esconde. Porque para que todo se diluya, ese muchacho no tendrá nada que ver en el asunto, no será el malo al que hay que castigar.
Tal como yo lo veo en esas frases se establece que ella, la hembra, pertenece a uno de los dos machos. No solo eso, es que además los dos machos han de luchar por su posesión. Es imaginable que quien venza en la contienda obtendrá la propiedad de esa hembra para cubrirla y reproducirse con ella… Parece más un documental que hable de los leones de la sabana que de seres humanos.
Pero es que este tipo de situaciones se produce más a menudo de lo que nos damos cuenta en muchas de las series que vemos y dejamos ver a nuestros hijos. Viendo y escuchando esas barbaridades ya no me extraña que se establezcan relaciones de dependencia y propiedad absolutas. Casi me parece normal que haya chicas que se sientan amadas y halagadas mientras dos machos se pelean por ellas.
Se convierte en cotidiano que ellos entiendan que una mujer es de su propiedad “su chica”, lo es también el hecho de que ella no tenga voz ni voto a la hora de decidir con quién desea estar; desde el momento que pertenece a uno y se siente halagada por ello o entiende que ese es su destino, para nada depende de ella.
¿Cómo nos extrañamos entonces de que un energúmeno decida acabar con algo que es de su propiedad? Si aceptamos diálogos como el apuntado arriba como normales, también es normal que uno pueda hacer con su propiedad aquello que desee: Insultarla, golpearla, humillarla, matarla. “Con lo mío hago lo que me apetece”.
Qué queréis que os diga, cada día entiendo menos cosas. Tanta revolución sexual, tantos sistemas contraceptivos para que ellas fueran dueñas de sus cuerpos, tanta tontería para volver a aquello de “la maté porque era mía” o “si no eres mía no serás de nadie”. Tristeza absoluta.
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