Hoy he leído una noticia que decía lo siguiente: Los directivos de las empresas españolas no saben como incentivar a sus trabajadores. Han pasado unas horas y ya he dejado de reírme. Ahora pongámonos serios.
Cómo os lo cuento, directivos, para que os hagáis una idea de la imposibilidad actual de incentivar a cualquier trabajador. De entrada deberíais saber que vosotros también sois trabajadores aunque os hayan hecho creer que formáis parte de una escala por encima del inframundo de los asalariados de abajo. Eso os pone, aunque os pese, en el mismo lugar que a ellos. Que os compren como kapos no excluye que acabéis en el crematorio. Ser, como soís, unos sonderkomander, no os garantiza salir del campo con vida. Dicho esto os pregunto:
¿Cómo queréis incentiva a nadie si todo el mundo tiene una espada de Damocles llamada “A la puta calle” pendiendo sobre su cabeza?
¿Cómo pensáis que es posible incentivar a personas que tienen más sensación de hallarse en un campo de concentración que en una empresa?
¿Cómo queréis incentivar a la gente desde la autoridad de la bota militar y la total falta de respeto?
Lo tenéis jodido, pequeños príncipes felices. Muy jodido. Pensad que es relativamente sencillo que la gente trabaje con ilusión. Mucho más de lo que el vergonzoso tejido empresarial de este país es capaz de entender.
Pensad que la mayoría de empresarios españoles no son más que unos vulgares arribistas que apenas saben hacer la O con un canuto pero viven sobre pedestales de oro. Pensad también que la mayoría de vosotros, encorsetados directivos, no sois más que unos lameculos que decís amén a todo a cambio de vuestros sustanciosos sueldos.
A la gente de la calle, a esa mierda de asalariados que veis vosotros pero que son humanos, se les convence con cosas tan sencillas como el respeto y el ofrecimiento de pequeñas cosas, que no en vano somos gente simple que vive con necesidades baratas.
Pensad que incluso al noble burro, al que se le mueve a garrotazos, hay que darle alguna zanahoria de tanto en tanto. Si ello no es así tened por seguro que acabaréis matando al pobre animal a golpes, pero no conseguiréis que se mueva del sitio.
Pensáis en incentivar a los trabajadores… pobres primos.
Pensad más bien que una sola pulga no matará jamás al perro, pero un millón de pulgas lo desangrarán hasta la muerte.
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