Que queréis que os diga. Para mí, excepto por el hecho de que es festivo no es en absoluto un día en el que se celebre nada alegre. Perdón, lo olvidaba, es el santo de mi ex esposa y hubo un tiempo en el que era causa de celebración, por tanto felicidades a todas aquellas que os llaméis Pilar.
Visto desde mi cristal, que se celebre un día de las fuerzas armadas es algo que me da mucha grima. Entendedme, que ahí habrá mucha gente con familia que serán hijos, amigos, esposos y padres ejemplares, no lo pongo en duda; pero a la que empiezo a pensar en la jerarquía militar, sus barras y estrellas y el pasear las armas que queréis que os diga: me entran ganas de no moverme de casa que uno no sabe cuando se va a escapar una bala. Solo para que me entendáis: no es que no me fíe de ellos, es que desconfío. Porque a ver, como os lo cuento: que ahí dentro la cosa va de que un señor de arriba da una orden, algo que jamás se cuestiona, y de ahí para abajo es como una bola de nieve. Que cuando el general se levantó jodido por la almorrana, los de abajo podemos temblar.
Si trato de verlo desde otro lado, como el famoso día de la Hispanidad, no mejora mi estado de ánimo. Solo pensar en la camarilla que marchó allende los mares a conquistar aquellas lejanas tierras me acojona. Imaginar que por aquellos tiempos en la península Ibérica no quedaban más que reyezuelos cargados de soldados sin guerra que echarse al coleto y envueltos por una Iglesia inculta y cerril, como siempre, no me permite pensar que los pobres nativos lo pasaran demasiado bien con su llegada y asentamiento; y así lo ha confirmado la Historia: expolio, esclavitud y masacre de todos los pueblos con los que tuvimos contacto y posterior abandono a su suerte, como cualquier colonizador de manual.
En conclusión, según me mire la fiesta siento o miedo o vergüenza, así que provecharé que hoy llueve y me quedaré en casa escribiendo estas líneas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario