sábado, septiembre 25, 2010

La Luna llena

Hace algún tiempo, no demasiado, la luna llena era un espectáculo hermoso que me llenaba de satisfacción y sentía su influjo en mí. Incluso en una noche de borrachera y soledad no deseada la tuve en frente, inmensa, rielando en el mar e hipnotizándome absurdamente. Ahora lo veo, entonces no.
Muchos diréis que eso es una realidad, que es cierto que la luna nos influye. Su fuerza moviendo las mareas nos afecta de algún modo. Pues no es cierto, la luna influye solo cuando uno es tontamente influenciable por ella. Ese “infujo” solo viene a cuento por las leyes de la mecánica celeste de Newton. El resto no son más que pamplinas.
Lo viví ayer mismo. La luna llena que antes me había parecido algo maravilloso y brillante se convirtió de pronto en un vulgar satélite, un gran pedrusco que algún cataclismo cósmico colgó ahí en el cielo sin otro ánimo que afectar a las mareas. La miré y la vi triste, desangelada y muerta. Nada en ella me retrotraía a antaño. Nada en absoluto. ¿Ha cambiado ella en algo o he cambiado yo? Claramente lo segundo. El tiempo cósmico trascurre con lentitud y no está sujeto a nuestra brevedad. Ella no ha cambiado en absoluto, yo sí.
Creo que ya no queda nada del yo que fui hace un tiempo o eso espero por mi bien. He debido de reeducarme en ello, aunque alguna me ayudara, para volver a ser el yo pragmático que necesitaba ser matando todas y cada una de las sensaciones que me hicieron vivir en un engaño sensitivo y pernicioso para  mi salud mental que me llevaban sin remedio a la nada.
Así es amigos, ayer pude determinar que vuelvo a ser el formalista que se había perdido entre un absurdo mundo sentimental solo apto para estúpidos. ¿Qué sacaré de todo ello? Redescubrir de nuevo al único amor que ha valido la pena desde mi adolescencia, la única cosa que de verdad me ha mantenido vivo a pesar de los pesares. El arte en general y la música en particular.
Mientras he estado escribiendo este cúmulo de palabras casi sin sentido he ido escuchando el funeral de Sigfrido (Wagner) y que queréis que os diga, las simples hostias sonoras del metal, las frases provocativas de las cuerdas, las explosiones de la percusión, los nueve minutos de grandiosidad interior hasta unos niveles mucho más allá de lo mundano han vuelto a valer la pena. Me siento bendecido por esos dioses en los que no creo por ser capaz de aglutinar en mi interior la maravilla sensitiva que el sonido me proporciona
Gracias Luna. Gracias Música.

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