lunes, marzo 21, 2011

Las colas o el respeto del espacio personal

Mira, yo no sé a vosotros, pero lo que es a mí, me parece una completa falta de delicadeza el hecho de estar en una cola mientras notas, sientes, percibes que hay alguien detrás intentando violarte.
Pero como sucede que uno es tímido, a la vez que comedido, va dejando que el o la energúmen@ de turno le vaya dando pollazos o empitonándole con los pezones. Que no descarto que en otro tiempo, el menos en el caso de ellas, no me hubiera puesto verraco con el roce inmisericorde de unos pezones en la espalda, pero ahora ya no. Ahora, en lugar de sutilezas prefiero que la susodicha se amorre y me deleite de otro modo.
Conclusión: que dichos especímenes se podrían ir un poquito a tomalpolculo (y nunca mejor expresado).
Y es que no deja de ser acojonante estar en la cola de un cine mientras te enteras, y con todo el calor del aliento en la nuca, de las proezas del tal o la cual. Estar en la ventanilla del banco mientras una vieja, o cualquier otro hijo de la gran puta, se te ponen de sobeo a ver cual es tu saldo. Ni que decir del hecho de ir a firmar en la caja del super mientras una maruja te mete literalmente la lengua en la oreja mientras mira cómo imitar tu firma. Por poner unos ejemplos.
Es cierto que si se toman unas medidas determinadas es posible minimizar dicho acoso.
En el caso de ellos, una opción es agacharse rápidamente, como se te hubiera metido un alacrán en el zapato, de manera que la zona sacro-coccígea le meta un suave viajecito en aquello que atesora entre sus piernas. Ante el temor de ser acosado por un maricón (no olvidemos que a buen seguro el colega va de revienta coños) acaece casi al cien por cien que da un paso a tras, no sea que se menoscabe su hombría.
En el caso de ellas la sutileza que uso es la de tomarme ambas manos por la espalda dejando un dedo (habitualmente el pulgar) a modo de ariete. Si la susodicha es casta (y esas zorras siempre van de eso) intenta que aquel dedo servil del demonio no indague en su potorrito. Ya veremos si alguna vez me ocurre que dicho dedo sea enterrado entre unos muslos. Si ello sucede ya os lo contaré.
Me queda probar, no obstante, la simulación de algún ataque psicótico. De momento lo practico en casa y a solas. Pensad que si uno va a intentar que le dejen espacio no es plan ejecutar una maniobra tal que pueda dar lugar a risas. Dicho acto ha de ser del todo creíble. Tanto, que le dejen a uno como centro de una circunferencia imaginaria de unos tres metros de diámetro. En ese momento se debe sentir uno cerca de Dios.

1 comentario:

Montse dijo...

Siempre recordaré que era muy joven y un cerdo se me arrambó en el bus, y no hice nada por vergüenza. La rabia e impotencia que sentí luego no se me ha olvidado. Ahora, con 39 años no me pasaría. Mejor que no se me arrambe nadie, ni hombre ni mujer, porque la bestia que llevo dentro saldrá. Seguro!