domingo, agosto 22, 2010

Paco

Hace unos días falleció mi tío Paco, el menor de los hermanos de mi madre. A nivel planetario no ha sido más que otro poblador humano. No ha sido nadie representativo de las artes ni las ciencias y por ello no pasará a la posteridad. Paco ha sido otra persona anodina y anónima salvo para los que le conocimos y quisimos.
Cuando yo era un mocoso pasaba muchas horas en casa de su madre, mi abuela, junto con otros tres primos hermanos. Entonces yo no era consciente de lo sumamente pesados que pueden ser cuatro niños de entre cuatro y diez años. Nosotros nos entregábamos a nuestros quehaceres, hacer todo tipo de disparates, y no entendíamos que llegaran al mediodía los dos hermanos solteros, Paco era uno de ellos, y pusieran el grito en el cielo el encontrarse a esos cuatro diablos cumpliendo con su cometido y llevando por el camino de la amargura a mi pobre abuela, Adela. Después fui padre y lo entendí – perdóname por haberte invadido durante aquellos años – A pesar de ello guardo bonitos recuerdos de esa época, recuerdos de cómo mi tío grababa joyas de oro, fue uno de sus oficios, en su mesa de trabajo, mesa que para los niños también se convertía en cabina de avión, en automóvil veloz, en centro de aventuras creados por nuestra mente infantil.
Pasados lo años, por una u otra razón, siempre nos mantuvimos en contacto, cosa difícil en unos tiempos en los que cada vez más nos aislamos los unos de los otros. He de reconocer, aunque me duela, que mucho del contacto mantenido tuvo que ver con mis necesidades y su bondad. Me explico: Su último trabajo fue el de celador de un monstruo hospitalario como el de La Vall Hebrón, en Barcelona, y todas y cada una de las veces que tuve un problema de tipo médico allí estaba él para solucionármelo. ¿Un celador te solucionaba los problemas? Preguntareis. Pues sí, un celador que por su carácter abierto y cordial supo tener amigos y el colectivo de médicos no fue una excepción.
Cuando con veinte años tuve una enfermedad que nadie sabía diagnosticarme allí estuvo él para que me hicieran una analítica completa y que un médico amigo me diagnosticara que era una simple brucelosis. Cuando tuve problemas con mis ojos allí estuvo él para que oftalmólogos amigos me diagnosticaran que mi problema era muscular y que debía conformarme con lo que me había tocado en suerte. Hubo un quiste sacro e incluso cosas que he olvidado. Lo que no he olvidado nunca es el hecho de que si lo necesité allí estaba él, para aconsejarme y ayudarme en lo que fuera necesario.
A medida que nos hicimos mayores los problemas se trasladaron a terceros. Cada problema con mi madre tuvo como muleta a mi tío para apoyarme en él. Al final vino el problema de mi padre y le tuve en los momentos más terribles de su final, hasta el último momento.
Todas y cada una de las cosas que le recuerdo están marcadas por el cariño, regaladas por aquel que no espera nada a cambio porque se siente pagado al ayudar. No le recuerdo ningún acto egoísta, simplemente era una persona que gustaba de fumarse su purito después de comer y alguna copa de buen vino de tanto en tanto.
Incluso en el largo proceso de su enfermedad hablaba dulcemente y dando ánimos a aquellos cuyos problemas no eran, ni de cerca, tan importantes como el suyo propio.
Ahora ya no está. Lo único que quedará de él son los recuerdos en aquellos que le quisieron, que no fueron pocos, y que harán que perviva de algún modo.
En mi caso me llevo además sus últimos besos y abrazos momentos antes de dormirse por última vez. Eso, y la frase dicha desde la serenidad más absoluta: “Esto se acaba Manel”.
Pues ya terminó Paco, se acabó por fin.
Un beso al aire allá donde estés.

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