sábado, febrero 13, 2010

COINCIDENCIAS

Dos coincidencias les unían a pesar de la distancia y su diferencia de edad. Ambas habían aparecido después de conocerse y de haber llegado al nivel de confianza al que desembocaron tras su primer encuentro. La una era un simple nombre, la otra, una imagen.
El nombre había nacido tiempo atrás y como la mayoría de cosas importantes lo hizo a través de la casualidad. Fue a partir de escribir un relato conjunto en el que dos amantes tenían su primer encuentro íntimo. Los alter egos utilizados para esa historia se llamaban Lucas y Lucía y nacieron de la imaginación de él. Lucas era un homenaje a Julio Cortázar y el nombre de uno de sus personajes y Lucía, en ese momento ella no lo sabia, venía de una canción. Tiempo después, a través de la relación epistolar que ambos mantuvieron, él le reconoció que el nombre provenía de una antigua canción de Serrat que contaba una historia de amor vencido. Ella le reconoció entonces el hecho de que, de pequeña, esa canción sonaba en su casa y que ella, niña esponjita que lo absorbía todo, se la había aprendido ya que le encantaba. Le gustaba tanto que incluso a su madre le había confesado, desde la inocencia de la infancia, que si de mayor tenía una hija le pondría ese nombre porque era hermoso. Lo que son las cosas ¿verdad? Con toda probabilidad jamás sería madre, en cambio, el nombre de Lucía sería para siempre el nombre del personaje que utilizó para ser una ella teórica, una mujer dejándose llevar por la libertad de la intención y el deseo camuflados en la palabra.
La imagen fue algo que tuvo un alcance más lejano y complejo. Enlazó una serie de situaciones y sentimientos del uno y el otro en el que confluyeron además muchos otras situaciones. Todo nació a partir de una petición de él para que le hiciera llegar alguna cosa pintada por ella. Si él había compartido sus humildes escritos, un modo especial de desnudarse ante los otros, sentía una especie de curiosidad insana por conocerla a ella más íntimamente a partir de sus cuadros. Y llegó, la segunda cosa que ella decidió compartir era un cuadro en el que aparecían unas viejas botas tiradas descuidadamente en un rincón. Ese tema, que para otro no hubiera sido importante, desembocó en un reconocimiento mutuo de sentimientos, tanto individuales como compartidos. Para él, la primera impresión fue la de encontrarse ante un tema pictórico que amaba desde hacía muchos años. Un amor que había nacido a través de un cuadro pintado por su primo hermano Roberto, muerto prematuramente de sida hacía cerca de diez años, y con el que mantenía un vínculo de cariño difícil de explicar. La temática de ese antiguo lienzo eran unas alpargatas de esparto colgadas de una vieja pared de tocho visto. Nada especial para el mundo del arte, pero sí un símbolo maravilloso que, colgado en la pared de su comedor, le recordaba a aquél que fue como su hermano pequeño y que entendía como una metáfora del uno y el otro separados. Para ella, sus botas tiradas en el suelo contenían una simbología distinta. Partiendo de un hecho real, el recuerdo de la imagen de los zapatos de él tirados de cualquier modo en la habitación, los reconvirtió en otra metáfora de ellos mismos, igual que las alpargatas.
Eso le hizo recapacitar en cómo son las coincidencias, en las cosas que suceden a veces al conectar un punto tras otro buscando el origen común de algo. Desde un nombre inventado para un hecho específico, pero que les unía en un momento especial del pasado, hasta el tema del cuadro. Se dio en pensar que dos zapatos así tirados eran un poco como ellos mismos. Cercanos, parecidos en muchos aspectos y bastante complementarios a poco que compartieran hermosos momentos. En cambio, aunque estuvieran casi tocándose no podían estar juntos, en el caso de ellos la distancia, en los zapatos la necesidad del cuerpo que los calzara para ser un algo único. Sin salir de esa imagen se dio en pensar en su parecido con los números primos gemelos que también le remitían a ella en relación a un libro que cayo en tus manos, que compartió con él y que él a su vez adquirió para encontrarse dentro a personajes formados por puzzles complejos.
Unos simples zapatos que la casualidad quiso que vieran los ojos de ella para plasmarlos en un lienzo. Que la casualidad quiso que compartiera con él para que le explicara cuanto le gustaba la imagen inerte de unos zapatos en un lienzo. Al final unos zapatos de él, vistos por unos ojos, los de ella, y todo ello formando parte de un momento que solo ellos conocen y comprenden. Azar, casualidad, destino. Simplemente el deseo de buscar enlaces uniendo los puntos hasta alcanzar momentos comunes.

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