Gandhi decía que “En la tierra hay suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no tanto como para satisfacer la avaricia de algunos”.
Comprar, tirar. Consumir, tirar. De cada producto cientos, sino miles, de modelos. No compras unas gafas de sol, eliges entre más de quinientos modelos aquella que te haga sentirte diferente. No compras una lata de berberechos, compras una marca, un tamaño, un sabor entre decenas de cajitas de colores. No coges un paquete de compresas que vaya a cumplir con su labor; eliges entre diferentes cajas coloreadas aquella que te hará sentir más mujer, más segura de ti misma, que te permita oler las nubes y hacer la gilí tirada en la hierba con un rebaño de congéneres. No vas a comprarte un reproductor de música; vas a buscar la marca que te permita tu estatus, y dentro de esa marca escogerás capacidad, potencia, color y hasta sabor si llega el caso. Comes más de lo debido para poder comer después los maravillosos productos alimenticios que te llevarán, inexorablemente, a ser un consumidor eterno, sano, equilibrado de peso y guapo si ello es menester. No compras una colonia para disimular la humanidad que te delata; eliges entre un mundo de olores aquél que te haga triunfar entre todos, convirtiéndote en el primus inter pares.
Al final ninguno de nosotros compramos. Somos nosotros los comprados. Nos fidelizamos con una operadora de telefonía móvil porque nos suministrará un dispositivo de última generación con el que podremos controlar nuestra vida allá donde nos encontremos. Pobres tontos. Seremos nosotros los controlados. Seremos nosotros los que viviremos pendientes de que aquél triste dispositivo, generador de muerte en el Congo, nos mantenga en vilo. Él y no otro marcará, desde su adquisición, aquello que debemos hacer. Mientras tanto, aquella operadora con la que hipotecamos un año y medio de nuestra vida, se enriquecerá más y más a cambio de nuestra total y absoluta dependencia.
Desde mediados del siglo pasado tenemos cada vez más cosas que nos prometen felicidad. Por el contrario cada vez somos más y más infelices. Atados a empresas de mierda, con trabajos de mierda cuyos jefes de mierda nos putean para que su eslabón de la cadena esté un poquito por encima del nuestro. Nos legislan y gobiernan políticos de mierda que no buscan sino poder consumir más y mejor que nuestros jefes que persiguen consumir más y mejor que nosotros. Y arriba del todo de la pirámide los pocos que controlan realmente nuestra mierda de vida basada en adquirir y tirar porque eso es lo que provoca felicidad.
Más allá de nuestro pobre ombligo nada existe, ciegos ante estos continuos Reyes Magos. Idiotas por pensar que poseer más y mejor que nuestro vecino nos sitúa algo más arriba en el escalón evolutivo. Pero ni por esas. La felicidad debe estar algo más lejos. Entonces envidiamos, sufrimos porque necesitamos un poco más. Ya no nos es suficiente con haber llegado hasta aquí, hay que ir un poquito más lejos. Consumiendo un poco más y tirando un poco más. Comprando un poco más y tirando un poco más. En algún lugar estará el vertedero de toda esta infelicidad que echamos lejos de casa. Pero eso no es importante mientras el sistema nos mantenga comprados y bajo su control.
¿Y mañana? Mañana será otro día. Se lo cederemos a nuestros hijos y nosotros marcharemos al cielo de los idiotas con cara de felicidad por haber llegado a conseguir la nada más absoluta.
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