miércoles, mayo 25, 2011

Los excrementos de perro

Algo que no entiendo es la necesidad que tienen, un buen número de propietarios de perros, de repartir los excrementos de sus amados cánidos por las zonas de tránsito peatonal de las ciudades; obligándome a la práctica del slalom, yo que odio el esquí, y haciéndome transgredir el axioma que dice que “la distancia más corta entre dos putos es la recta, a mí que amo la geometría.
Y no lo hacen de un modo improvisado o según el libre albedrío del animalito, ¡Que va! Las dispersan de manera tal que los pobres incautos, al menor despiste, caigamos de lleno en ellas, convirtiendo inocentes aceras y paseos en lagunas de mierdas movedizas en las que es factible ahogarse
Entonces sucede que uno; que tuvo hijos en lugar de perro, que se acostumbró a los pañales porque no podemos vivir como animales; sale a la calle confiado y mirando al frente, pensando que el día es luminoso y la primavera es bella (aquí sirve cualquier otra estupidez) y ¡Zas! De lleno en la diana mierderil.
Pero ese solo es el primer paso, porque entonces pueden acontecer dos cosas dependiendo de la tipología de la cagada. A saber:
Una, que sienta como el pie, la pierna entera, es absorbido, apresado, aferrado por un magma de mierda densa y pegajosa; de una viscosidad tal que tardará años, sino siglos, en hacer desaparecer del cuerpo y complementos aledaños. Porque aquel cúmulo de zurullos, rota su consistencia primigenia, pugnara por recuperarla haciendo una maniobra envolvente en torno al objeto que la pisó, hasta deglutirlo.
Pero incluso siendo terrible, esta cagada no es la peor. Después está la fofa, la blanda, untada en el pavimento; la que tiene una textura de natilla de chocolate y es resbaladiza como el hielo; aquella que al ser pisada le hace a uno clamar al Cielo “¿Por qué no aprendí a patinar, Dios mío?” Momentos antes de caer al suelo. Es este un momento trágico donde los haya, ya que no solo está la cadera que se ha roto, está además la vergüenza de la caída sumado al asqueroso rebozado de todo aquel ser inerte. Y allí está la pobre criatura envuelta en mierda y en dolor mientras la gente pasa, lo mira con asco y sigue. Y así es que vemos al pobre incauto en urgencias mientras se platean si resolver el hueso roto o rematarlo porque anda hecho unos zorros. Es triste ¿Verdad? Pero es así, es la realidad a la que nos enfrentamos continuamente los no perrunos.
Digo yo que esa ralea de individuos fuera buena para los ejércitos. Imagínenselos en algo tan complejo como el trazado de un campo de minas. Serían una mina ya que su efectividad esta fuera de toda duda tal y como demuestran sus actos.
Me queda el consuelo, no sé si acertado, de que sus amados animalitos les devuelvan con creces todo aquello que regalan al resto de la humanidad. Si ello no es así pues nada, a perder la belleza del entorno y dedicar la vida a mirar el suelo.



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