Si algo tienen los cronopios es que les gusta ir contracorriente. Es así como son y eso no lo cambia nadie. Por ello te sale alguno, de tanto en tanto, con ganas de joderla. Y eso hizo no hace mucho uno, vecino mío, que atiende por Lucas pero cuyo nombre es otro.
Se levantó una mañana con el ánimo descompensado y después de llevar a su retoño al colegio se encerró en casa y se puso a trabajar en el taller. A saber:
- Tomó un tablerito pequeño de madera y le prodigó dos agujeros (broca para madera, diámetro cinco), en las sendas esquinas superiores.
- Tomó un bolígrafo Bic (punta normal, color negro) y escribió una leyenda sobre él.
- Tomó una lupa y aprovechó el solano de mayo para repasar lo escrito con tinta.
- Para terminar, ató un cordel de cáñamo a ambos agujeros y se colgó el invento a modo de collar.
Se miró al espejo, aceptando el artilugio y después lo posó cuidadosamente sobre el banco de trabajo.
Al día siguiente salió con el pequeño camino de la escuela. La diferencia con los anteriores venía marcada por el tablerito que llevaba colgado del cuello, la leyenda del cual rezaba: “Hoy decidí ser feliz” y una sonrisa que le colgaba por las orejas.
Al llegar a la explanada de la escuela y a medida que se iba introduciendo en el mar de madres, padres y niños, se producían, y por este orden, el silencio y posteriores murmullos.
Al minuto se podía escuchar a la señora Juana, mamá de Pepe, comentar a Fernanda, vecina y mamá de Eloy que hay que tener poca vergüenza, ir dando el espectáculo de ese modo. Los papás de Pablito comentaban entre ellos lo desdichada que debía ser la vida de esa familia. Los Pérez, papás de Marquitos, se la tenían con los Argüelles porque pensaban que aquella idea era linda de verdad mientras los otros giraban la cabeza, avergonzados. Todo era un continuo criticar o defender, negar o afirmar. Los murmullos iban creciendo, hasta convertirse en puro grito, entre los muchos detractores y los minoritarios defensores. De ahí no se tardó demasiado en llegar a los primeros empujones y a formar un pequeño comité de papás, bien educados, que entraron en tropel a elevar una queja a la dirección a voz en grito de que aquello no se puede aceptar en una escuela como esta. ¿Dónde vamos a parar?
Comenzadas las clases la explanada ya era un verdadero campo de batalla. Mientras, Lucas, volvía para su casa con la satisfacción del deber cumplido. A lo lejos se escuchaban las primeras sirenas.
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