Se mirara por donde se mirara aquello ya no era normal.
Llevaba casi cuatro días para escribir una simple escena en la que dos personajes de mi novela se encontraban en un bar. James, el protagonista, le pasaba un paquete a Morgan, un secundario. La intención era guardarlo porque contenía unas pruebas. Con ellas le evitaba la cárcel al primero.
Sencillo ¿Verdad? Un dialogo tan fácil como:
Protagonista: «Hola, Morgan»
Secundario: «Hola, James. ¿Has traído el paquete?»
Protagonista (contundente): «No…»
Sorpresa del secundario, mi habitual cara de idiota en estos días y escena a la mierda. ¿Cómo podía ser posible que un personaje de mi invención se negara a obedecerme?
Compartir con terceros una situación tan inverosímil era abrir una puerta a la ingesta involuntaria de fármacos. Además estaba claro que el problema no estaba en mí sino en mi personaje. Antes de abandonar por cuarta noche consecutiva decidí retomar el diálogo, pero esta vez permitiría que Morgan indagara en la mente de James.
Protagonista: «No.»
Secundario: «¿Qué ha sucedido, lo has olvidado, te lo han robado, lo has perdido? »
Protagonista: «No, no… Solo que no entiendo porqué debo... ¿Por qué debo entregarte ese paquete? No pinta nada en la historia. Es una estupidez.»
Así que era eso. Él, un mero personaje de una novela que igual no llegaba a alcanzar el adjetivo de “digna», se permitía opinar sobre un paquete importante para mí, porque me representaba el último punto de giro antes del clímax final. ¡Intolerable! Me levanté del ordenador, me serví una copa de vino y me senté de nuevo ante la pantalla a solucionar el problema de una vez por todas.
–¿Cómo te atreves a decidir por tu cuenta? –le tecleé a bocajarro.
–Porque uno de los dos ha de poner remedio a este desastre –respondió.
Me estaba sacando de mis casillas. El golpeteo sobre el teclado debía escucharse en todo el patio de luces cuando continué escribiendo
–¿Quién te crees que eres para decir si esto es un desastre o no?
–Ya lo sabes. Soy James Silver; que por cierto, vaya mierda de nombre me escogiste; y si no he entendido mal, quieres que entregue a Morgan, un tipo que no es de fiar, un paquete con unas pruebas para no terminar con mis huesos en la cárcel.
–Veo que captas la situación. No entiendo entonces…
–Eres tú el que no entiende. No entiendes que el lector se preguntará “¿De donde ha salido esta caja?”. Pensará en las doscientas páginas que lleva leídas y se dará cuenta de que ¡Tachán! No eres novelista sino un puto mago. Será el fin de nuestra carrera. Eso a ti tal vez no te importe, muchacho; pero yo tengo una reputación, por pequeña que sea, y deseo conservarla.
Me dejó de piedra. Tenía razón. Tras meses preparándolo todo, se me había colado un “Deus ex machina” tan cutre como la aparición del T-Rex al final de “Parque Jurásico I” para terminar con los velociraptores.
–¿Qué crees que podemos hacer? –me atreví a preguntar tocando apenas el teclado.
–Cualquier cosa salvo la reescritura. Ni loco pienso repetir esta historia de nuevo. Tenlo claro.
–Tienes razón –confirmé– si quiero presentarme al concurso eso es inviable, no queda tiempo.
–Mira, muchacho, de lo que pasará a partir de este capitulo no tengo demasiada idea ya que no lo has escrito. Pero empiezo a conocerte un poco. Le he estado dando vueltas y una posible solución sería la siguiente: ¿Recuerdas que el asesinato se comete en medio de la calle y de noche?
–Si.
–Pon allí cerca una empresa con cámaras de seguridad en la calle que graben el asesinato. No te costaría más que un par de folios introducirlo.
–Sigue –le dije, cada vez más interesado.
–Después: la periodista, que está para mojar pan y debería haberse enamorado de mí, moverá cielo y tierra para conseguirlas. De ese modo todo se cerraría de manera perfecta sin apenas tocar nada. ¿Cómo lo ves?
¿Cómo lo veía? Maldito interesado. Sí, me resolvió el problema, pero hube de transigir en todo. Su frase recurrente siempre era “Me debes un favor”. De todos modos, hace un rato he conseguido terminar mi novela.
Periodista: « ¡Oh, James! Será tan lindo compartir la vida contigo»
Protagonista: «Tampoco te desmandes, nena. Ahora veamos amanecer desde el puente de Brooklyn y mañana será otro día»
«FIN»
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