No sé como será por vuestro barrio. En el mío, a medida que se acerca la onomástica de mi primo, el nazareno, empiezan a proliferar lo que yo llamaba Puti-Clubs hogareños, pero resulta que andaba errado, que son Expresiones Externas de Felicidad Familiar (EEFF).
Suerte que al no ser putero jamás me dio por llamar a las puertas a pedir precios ¿Os imagináis el plan con los vecinos? El honor de sus santas mancillado por una especie de pervertido y yo, pobre de mí, corrido a hostias por esos afanosos e iluminados cristianos, nunca mejor dicho.
Bueno, pues por lo que me han contado, se ve que hay familias que no solo son felices intramuros, parece ser que también gustan de compartirla con el resto de la Humanidad y la sacan extramuros. Entonces sucede que día a día florecen casas con contaminación lumínica, y lo mejor de todo es que si un vecino monta su felicidad con una intensidad determinada, el de al lado debe incrementarla, ya que sino la suya se diluye entre las del resto y eso les apena pues cuestiona el hecho de “tenerla más grande”, luminosa en este caso concreto.
¿A dónde llevará esto? A un sustancial incremento de luminez-parpadeante-colorista a medida que pasen los años. Por suerte la energía sigue siendo barata, ya que el día que sea realmente cara no quiero ni imaginarme la tristeza que pudiera inundar esos hogares, pobrecitos.
Pero yo soy paciente. Confío sobremanera en que se siga extendiendo tan linda moda y vivo esperando el año en el que todas las casas de mi entorno estén iluminadas excepto la mía. Será maravilloso entonces ser el único al que el resto señalará con el dedo preguntándose por qué no soy feliz si no me falta de nada. Ese día aún me reiré un poquito más de todos ellos mientras paseo por la calle con las gafas de sol puestas.
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