Como cada año, repetiremos el error
de regalar deseos y parabienes. Es tan fácil.
Basta decir: “Feliz año nuevo” y ya está,
cumplimos y lagrimitas fuera.
Este no será igual, lo juro.
De cada campanada
haré un cañón de matar recuerdos.
Y de cada sonrisa, guardaré los pliegues de mi cara.
Para montar futuras máscaras
si alguna vez me toca quedar bien.
Tras apagarse el último armónico,
terminaré de hurgar en mis vísceras
y dejaré por fin de conformarme.
Nunca más, Manuel. Nunca más.
Y seré el mismo imbécil, sí,
pero de aspecto renacido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario