Cuando yo era pequeño y paseaba con mis padres siempre me repetían una sencilla frase «Anda por la derecha, Manel». Eran así de pesados. Siempre me recordaban cosas estúpidas como: no tires papeles al suelo, apártate de la puerta para que la gente pueda salir. No me daba cuenta entonces de su importancia, limitaciones de la niñez, imagino. Pero debió calar hondo ya que ahora continúo haciéndolo y, lo que es peor, intento inculcarlo a mi descendencia genética.
Y es ahí donde comienza el conflicto. Porque lo que ahora sucede es que la mayoría de criaturas se han acostumbrado a ir y moverse por donde les place y eso me ha hecho comprender cual era el alcance de aquello que me enseñaban. Lo único que me intentaban transmitir mis padres era una sencilla norma social. Un simple mecanismo mediante el cual uno podía andar por la calle reconvirtiendo un absurdo “slalom” en un concepto geométrico llamado “recta”, la cual cosa imprimía una mejor velocidad de crucero a la par que un andar más cómodo y relajado.
Pero ahora me pasa que siempre me encuentro congéneres que me vienen de cara y que no saben, o no desean, apartarse hacia su derecha para que yo les cruce por la mía. Llegados al encuentro se produce, de manera inevitable, un tira y afloja para dirimir quién vence a quién. Es cansado, lo juro. Así que la mayoría de veces me toca recalcular el trayecto y permitir al energúmeno que marche feliz.
Y es que hoy se tiende a este tipo de anarquía. A ratos te cruzas con alguna familia feliz que anda totalmente obnubilada por las lucecitas de colores y las cajitas lindas de los escaparates; se atropellan los unos a los otros tirando cada cual del resto de la recua. Algunos en cambio andan pisando fuerte para ver de atropellar a cualquiera; son como gorilas que andan como si sus cojones fueran más grandes que los del caballo de Espartero y les echas en falta un rótulo en la frente que dijera “Lo que quiero, donde quiero y cuando quiero”; en realidad son mentes vacías que solo cumplen los mínimos fisiológicos para no morir. Otros, sin embargo, andan con prisas; en un vano intento de pasar de ningún lugar para llegar a ninguna parte; metidos de lleno en su estatus excitante y con los corazones marchando a mil. Los hay, tal vez en menor medida, que actúan en manada y su táctica es la inmovilidad; es un grupo peligroso ya que su proceder es distinto: lo primero que hacen es buscar el lugar de tránsito cuyo espacio sea más reducido para, una vez hallado, formar en él un circulo cerrado que impida el paso al resto de transeúntes (acción para la que a veces se hacen ayudar de cochecitos de niño o carros de la compra).
No sé por qué causa habremos llegado a esto. Tal vez sea porque sus padres no dedicaron ingentes esfuerzos en condicionar sus cerebros cuando todavía eran maleables. Pero dudo mucho que sea esa la razón. Pienso más bien que ese modo de actuar tenga más que ver con su idea de libertad y con la imagen de gorilez que triunfa por todas partes. Y eso es algo realmente triste, ya que confundir la Libertad Respeto, la Libertad Responsabilidad, la Libertad Civismo con la Libertad Derecho es tener unas miras muy estrechas. Y no descarto que esto sea el inicio de la caída de nuestra civilización, tal y como le sucedió al Imperio Romano.
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